A ver… los pulpos. Esos genios del océano que pueden abrir frascos, camuflarse como ninjas y colarse por cualquier rincón. Pero lo que de verdad sorprende es su corazón… o mejor dicho, sus tres corazones. Sí, no uno. No dos. Tres.
Dos de esos corazones bombean sangre directamente a las branquias para oxigenarla. El tercero se encarga de mover esa sangre rica en oxígeno por todo el cuerpo. Suena a lujo biológico, ¿no? Pero hay una curiosidad: cuando el pulpo nada, su corazón principal deja de latir. O sea, para ellos nadar es tan intenso que su corazón dice “yo me quedo acá, hagan lo suyo”.

Y si eso ya es dramático, prepárate: el final de la vida del pulpo parece sacado de una telenovela. Después del apareamiento, los machos mueren casi de inmediato. Las hembras, por su parte, se dedican completamente a cuidar sus huevos. No comen, no se mueven, no hacen nada más que observar cómo se desarrollan. Cuando eclosionan, la mamá muere. Todo eso por amor.
Así que la próxima vez que digas que alguien “te rompió el corazón”, pensá en el pulpo. Tenía tres… y los entregó todos. Eso sí es compromiso.